CURIOSIDADES DEL TEATRO: EL MIEDO AL COLOR AMARILLO y ¡MUCHA MIERDA!
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Una de las supersticiones más conocidas dentro del mundo del teatro es la del color amarillo. Mucha gente no sabrá por que los actores tienen esa pequeña manía al color amarillo. Si se lo ponen en el estreno pueden hacer que la obra no salga bien, o que haya desgracias y hasta la muerte de quien lo lleve.
Toda esta superstición nada mas y nada menos proviene de la ultima obra que realizó Jean Baptiste Poquelin, más conocido como Moliére, uno de los autores de teatro mas interpretados…
Moliere, aparte de escribir muchas de las mejores obras conocidas como Tartufo, Don Juan, El avaro, y muchas otras, también las interpretó. Y fue el día del estreno de su ultima obra, “El enfermo imaginario”, en 1673, cuando Moliére representaba este papel vestido con una especie de bata amarilla.
Dicen que esta obra era un espejo de su vida, estaba representando un enfermo hipocondríaco, y el día del estreno cuando ya estaban por el cuarto acto, le dio un fatídico ataque de tos, debido a la enfermedad que padecía, la tisis (tuberculosis). Murió entre vómitos de sangre provocándole estos la asfixia que hizo que su vida se esfumara.
¿Podéis imaginar por qué se desean "mucha mierda" al salir a escena?
Hay una versión muy extendida de por qué los artistas se desean suerte con esa expresión. Según esta, en los siglos XVI y XVII, época dorada del teatro, los ricos acudían al espectáculo en carrozas tiradas por caballos.
Cuanto más público pudiente acudía, más excrementos quedaban a la puerta del teatro y, lo más importante, más monedas recaudaban los artistas, ya que generalmente no se cobraba entrada.
La otra versión es similar, pero no igual: se cree que los artistas medievales ambulantes calculaban si había o no una feria en una ciudad según la cantidad de “mierda” que hallaban en las puertas.
Hoy vamos a leer el fragmento de "la barca sin pescador" de Alejandro Casona y uno de José Zorrilla "Don Juan Tenorio".
Tras la lectura, identifica personajes, acotaciones, tiempo, lugar y acción.
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Alejandro Casona
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Despacho del
financiero Ricardo Jordán. En escena RICARDO, abismado en un sillón. Se abre
lentamente una puerta corrediza, dando paso al CABALLERO DE NEGRO. Este viste
chaqué y trae al brazo su carpeta de negocios. Avanza en silencio y habla sobre
el hombro de RICARDO con cierta solemnidad confidencial.
CABALLERO.- No lo pienses más, Ricardo Jordán. Tu
amante te ha traicionado. Tus amigos, también. Estás al borde de la ruina. Tal
vez de la cárcel. En estas condiciones, el único que puede salvarte soy yo.
(RICARDO mira, sorprendido, a su alrededor y luego al
desconocido, como si tardara en darse cuenta).
RICARDO.- (Se levanta). ¿Quién es usted?
CABALLERO.- Un viejo amigo. Cuando eras niño y tenías
fe, soñabas conmigo muchas noches. ¿No te acuerdas de mí?
RICARDO.- Creo que he visto esa cara alguna vez...,
no sé dónde.
CABALLERO.- En un libro de estampas que tenía tu
madre, donde se hablaba ingenuamente del cielo y del infierno. ¿Recuerdas?
Página octava..., a la izquierda.
RICARDO.- (Mirándole fijamente). ¿Entre una
nube de humo? ¿Con una capa roja y una pluma de gallo?
CABALLERO.- Era el traje de la época. Ha habido que
cambiar un poco la tramoya y la guardarropía, para ponerse a tono.
RICARDO.- (No queriendo creer). ¡No!...
CABALLERO.- Sí.
RICARDO.- (Se restriega los ojos). Hablemos en
serio, por favor... No pretenderá hacerme creer que estoy tratando con...,
con...
CABALLERO.- Dilo sin miedo. Con el diablo en persona.
RICARDO.- ¡Demonio!
CABALLERO.- También. Todos mis nombres se usan como
exclamación.
RICARDO - (Tratando de reaccionar).
Desconocido señor, yo no sé de qué manicomio se ha escapado usted ni qué es lo
que se propone. Pero le advierto que ha elegido muy mal momento.
CABALLERO.- Malo, ¿por qué? ¿No estabas desesperado
cuando llegué?
RICARDO.- Eso, sí; puedo jurarlo.
CABALLERO.- ¿Entonces...? Yo siempre elijo para los
hombres ese mal cuarto de hora que vosotros elegís para las mujeres.
RICARDO.- Pero, ¿se da cuenta de lo absurdo de esta
situación? Usted no puede estar ahí, aunque lo crea. El diablo no es un
personaje de carne y hueso. Es una idea abstracta.
CABALLERO.- Y, sin embargo, aquí me tienes. De cuando
en cuando, hasta las ideas abstractas necesitamos salir a estirar las piernas.
RICARDO.- No puede ser. Una aparición en estos
tiempos... ¡y con esa facha!
CABALLERO.- (Ofendido, mirándose). ¿Facha?
RICARDO.- Perdón; quiero decir, con ese aspecto
provinciano, de pequeño burgués.
CABALLERO.- Te diré: en realidad hay tres diablos
distintos, según la jerarquía de las almas. Hay uno aristocrático y sutil, para
tentar a los reyes y a los santos. Hay otro apasionado y popular, para uso de
los poetas y los campesinos. Yo soy el diablo de la clase media.
RICARDO.- Ahora me explico el chaqué, y hasta la
carpeta de negocios. ¿No le parece demasiada naturalidad?
CABALLERO.- La naturalidad siempre está bien. Incluso
para lo sobrenatural. Con permiso. (Se sienta tranquilamente y se sirve un
vaso).
RICARDO.- Ea, basta de bromas estúpidas. O usted se
retira ahora mismo, o haré que lo pongan en la calle.
CABALLERO.- Creo que vas a perder el tiempo, pero
inténtalo. (Se sirve soda. Bebe. RICARDO aprieta en vano el timbre y luego
trata de llamar por teléfono. El CABALLERO DE NEGRO comenta sin mirar). Es
inútil. El timbre no sonará. El teléfono tampoco.
RICARDO. - (Llamando en voz alta). ¡Juan!...
¡Juan!...
CABALLERO.- No te canses; mientras yo esté aquí,
nadie se moverá ni escuchará tu voz. El tiempo mismo se quedará dormido en los
relojes.
(RICARDO mira el reloj. El péndulo se detiene).
RICARDO.- Pero entonces... es verdad. ¿No estoy
soñando?
CABALLERO.- Pronto te convencerás del todo. Siéntate
tranquilo y hablemos como dos buenos amigos.
RICARDO.- Eso de amigos...
CABALLERO.- No seas modesto, siéntate.
RICARDO.- Si no hay otro remedio... (Se sienta.
Saca su pitillera). ¿Un cigarrillo?
CABALLERO.- Gracias; me hace daño el humo.
RICARDO.- (Enciende el suyo). ¿Y bien? ¿Puede
saberse a qué has venido?
CABALLERO.- Pasaba por la Bolsa, donde tengo tantos
clientes!; he visto tu caso y vengo a proponerte un negocio. Naturalmente, un
negocio espiritual.
RICARDO.- ¡Tú, siempre tan romántico!
CABALLERO.- Siempre; es mi destino. Mientras vosotros
os preocupáis sólo de la mecánica y de la economía, yo sigo ocupándome
exclusivamente del alma.
RICARDO.- ¿Crees que la mía merece la pena?
CABALLERO.- En este caso, sí Se trata de un
experimento.
RICARDO.- No creo que perder mi alma te cueste mucho
trabajo; la pobre debe de estar bastante perdida ya.
CABALLERO.- (Sacando una ficha de la cartera).
En efecto, según la ficha que llevo de ella, está ya casi madura para la
condenación. Pero todavía le falta un empujoncito, el último.
RICARDO.- Menos mal.
CABALLERO.- Tu lista está bien nutrida de traiciones,
bajezas, escándalos y daños. Ni el dolor humano te ha conmovido nunca, ni has
guardado jamás la fe jurada, ni has respetado la mujer de tu prójimo. En cuanto
aquello de no codiciar los bienes ajenos, creo que será mejor no hablar,
¿verdad?
RICARDO.- Sí; realmente sería muy largo.
CABALLERO.- En una palabra: todo lo que la ley te
manda respetar, lo has atropellado; todo lo que te prohíbe, lo has hecho. Hasta
ahora, solo un mandamiento te ha detenido: "No matarás."
RICARDO.- (Inquieto, levantándose). ¿Es un
crimen lo que vienes a proponerme?
CABALLERO.- Exactamente, lo único que falta en tu
lista. Atrévete a completarla y yo volveré a tus manos las riendas del poder y
del dinero que acabas de perder.
RICARDO.- No, gracias. Habré llegado muy bajo, no lo
niego. Pero un crimen es demasiado.
CABALLERO.- ¿Tan seguro estás de no haber cometido
ninguno? Hay crímenes sin sangre que no están en el Código.
RICARDO.- ¿Por ejemplo...?
CABALLERO.- Por ejemplo... (Consulta nuevamente la
ficha). Cuando eras niño pobre rondabas los muelles buscando plátanos
podridos para saciar tu hambre. Treinta años después hacías arrojar al mar
centenares de vagones de plátanos para hacer subir los precios. ¿Cómo llamarían
a eso los niños hambrientos que siguen rondando los muelles?
RICARDO.- No puedo detenerme en sentimentalismos. El
corazón es un mal negocio.
CABALLERO.- De acuerdo. Entonces dejemos los
sentimientos y vayamos a los números, que es tu fuerte (Vuelve a consultar
la ficha). En tu empresa trabajan tres mil hombres respirando los gases de
las minas y el humo de las fábricas. Según las estadísticas todos mueren cinco
años antes de lo normal. Tres mil hombres a cinco años son ciento cuarenta
siglos de vida truncada. ¡Linda cifra!, ¿eh? La historia del mundo no tiene
tanto.
RICARDO.- Tampoco de eso es mía la culpa. Yo no
inventé el sistema.
CABALLERO.- Pero vives de él cómodamente. Y todo esto
sin contar a los que tosen en plena juventud gracias a ti; y a los que
engendran hijos raquíticos gracias a ti; y a los viejos prematuros, y a los
mutilados...
RICARDO.- ¡Tenemos los mejores hospitales del país!
CABALLERO.- Lo de siempre: primero fabricáis los
enfermos y después los hospitales.
RICARDO.- Entendámonos. ¿Has venido a perder mi alma
o a darme una lección de moral?
CABALLERO.- Nunca he sabido hacer lo uno sin lo otro.
RICARDO.- Vergüenza debiera darte. Si en vez de un
predicador trasnochado fueras un diablo serio, estarías orgulloso de mí.
CABALLERO.- ¿Y quién dice que no? Desde mi punto de
vista, todo lo que has hecho hasta ahora es perfecto.
RICARDO.- ¡Ah! Pero de esos males de que me acusas no
soy el responsable Yo solo. Somos muchos. ¡Todos!
CABALLERO.- En esto no te falta razón. Para emplear
tu lenguaje, yo diría que son... "crímenes anónimos de responsabilidad
limitada".
RICARDO.- Exacto.
CABALLERO.- Por eso vengo a proponerte uno que sea
exclusivamente tuyo, con plena responsabilidad.
RICARDO.- Es inútil. ¡No mataré!... ¡No mataré!...
CABALLERO.- Calma. Un hombre de presa como tú no
rechaza un negocio sin escuchar las condiciones.
RICARDO.- Por buenas que sean. Una cosa es encogerse
de hombros ante la vida de los demás, y otra muy distinta matar con las propias
manos.
CABALLERO.- ¿Y si no hicieran falta las manos?
RICARDO.- ¿Qué quieres decir?
CABALLERO.- Que el hecho material no me importa.
Basta con la intención moral. Pon tú la voluntad de matar, y yo me encargo de
lo demás.
RICARDO.- No me fío. Un negocio con tantas
facilidades siempre es sospechoso.
CABALLERO.- ¡Ah!, ¿ya empieza a parecerte fácil?
RICARDO.- ¿Y a quién no? Si la víctima cae lejos, sin
que yo tenga que verla, ¿qué puede importarme?
CABALLERO.- Lo esperaba. Para sufrir con el dolor
ajeno, lo primero que hace falta es imaginación; y tú no la tienes. Por ese
lado puedes estar tranquilo. Es un negocio limpio.
RICARDO.- ¿Sin sangre?
CABALLERO.- Sin sangre. ¿Aceptado?
RICARDO.- La proposición es tentadora. Pero, ¿quién
me responde de ti?
CABALLERO.- Nunca he faltado a mis pactos. Yo prometo
que nadie lo sabrá, ni habrá ley humana que pueda castigarte. ¿Dudas aún?
RICARDO.- Dicen que los criminales sueñan con sus
víctimas.
CABALLERO.- Tú no. Ni siquiera necesitarás conocerla.
Puedes elegir un hombre cualquiera en cualquier lugar de la tierra. Cuanto más
lejos, mejor. Por ejemplo... (Se levanta, se descalza un guante que deja
sobre la mesa y hace girar la esfera. Después la detiene con el dedo, al azar).
Aquí. Al otro lado del mar. Una pequeña aldea de pescadores en el Norte. ¿Has
estado en el Norte alguna vez?
RICARDO.- Nunca.
CABALLERO.- Mejor; conocer un paisaje es casi conocer
al hombre. Ahora haz un esfuerzo mental y sígueme (La luz baja más, dejando
sólo iluminadas las dos figuras junto a la esfera). Mira, ya es de noche en
la aldea. Ahí tienes a Peter Anderson -un pescador como otro cualquiera-
subiendo la cuesta de su casa, frente al mar. Sopla un viento fuerte. ¿Lo
oyes?...
(Se oye, primero vagamente y
después cada vez más Próximo, el silbido del viento).
RICARDO.- No sé... Es algo así como si me zumbaran
los oídos...
CABALLERO.- Concéntrate más. Peter Anderson acaba de
comprarse una barca y sube alegremente la cuesta, cantando una vieja canción...
¿La oyes?...
(Se oye la canción lejana,
acercándose. Fondo de acordeón).
RICARDO.- La siento acercarse. ¿No es una ilusión
mía?
CABALLERO.- No, es que tu alma está ahora allí. Peter
Anderson ha bebido un poco de "whisky"..., el despeñadero sobre la
playa es peligroso… y corre un viento capaz de derribar a un hombre. Mañana,
cuando le encuentren en el fondo del acantilado, todo el mundo creerá que fue
el viento. (Pausa. Se oye más clara la canción y el silbar del viento).
¿Qué esperas? Un simple esfuerzo de voluntad y toda la fortuna y el poder
volverán de golpe a tus manos. Si no te basta, puedo ofrecerte también la ruina
de Mén del... ¿Qué esperas?...
RICARDO.- No sé..., no puedo...
CABALLERO.- ¡Tiene que ser ahora mismo, al doblar la
cuesta! ¡ Cierra los ojos, Ricardo Jordán! Es sólo un momento.
RICARDO.- (Baja instintivamente la voz). ¿Qué
tengo que hacer?
CABALLERO.- (Poniendo el contrato sobre la mesa).
Con una firma es bastante. Aquí. (RICARDO moja la pluma y vacila. Crece el
rumor del viento y la canción. El CABALLERO DE NEGRO escucha, artísticamente
conmovido). Al final de la cuesta hay una ventana iluminada... Peter
levanta la mano para saludar... ¡Firma ahora! ¡Es el momento!
(RICARDO firma. Entonces, como saliendo de la esfera misma,
se oye un grito desgarrador de mujer).
GRITO.- ¡Peter!
(La canción se corta y el
viento cesa repentinamente. Silencio absoluto).
CABALLERO.- Pobre Peter Anderson...
RICARDO.-(Sobrecogido, sin voz). ¿Ya...?
CABALLERO.- Ya. ¿Ves qué sencillo? Una ráfaga de
viento negro sobre el despeñadero y un pescador menos en la aldea. Es cosa de
todos los días. (Guarda el documento). En cuanto a tus negocios, pronto
recibirás buenas noticias. Enhorabuena (Se dispone a salir).
RICARDO.- Espera... ¿Quién dio ese grito?
CABALLERO.- ¿Qué importa eso ya?
RICARDO.- Peter no estaba solo. Lo he oído
perfectamente... ¡Fue un grito de mujer!
CABALLERO.- No preguntes. ¡ Cuanto menos sepas, tanto
mejor para ti!
RICARDO.- Pero ese grito... ¡Sí por lo menos no
hubiera oído ese grito!...
CABALLERO.- (Irónico). ¿Ya empezamos?.. No
vuelvas a pensar en ello. Y, sobre todo, no olvides tus propias palabras: el
corazón es un mal negocio (Se vuelve junto a la puerta, con una sonrisa
ambigua). De todos modos, pobre Peter Anderson, ¿verdad? Cantaba como un
enamorado... Y parecía tan feliz. (Se inclina cortésmente). Muchas
gracias.
(La puerta se abre silenciosamente y sola, como
cuando entró, y se cierra de nuevo tras él. Vuelve la luz normal. Ricardo,
obsesionado, contempla en la esfera "el lugar del hecho". Por fin
reacciona, restregándose los ojos como si despertara Mira el reloj. El péndulo
vuelve a marchar).
RICARDO.- No puede ser. Aunque lo haya visto con mis
propios ojos, ¡no puede ser! (Golpea, impaciente, el timbre, llamando al
mismo tiempo.) ¡Juan!... ¡Juan!... (Juan abre la puerta del fondo).
¡Detén a ese hombre! ¡Tráele acá otra vez!
(Entra JUAN).
JUAN.- ¿A quién, señor?
RICARDO.- Tienes que haberte cruzado con él. ¡Acaba
de salir por esa misma puerta!
JUAN.- Imposible. Yo estaba sentado, como siempre,
ahí en el vestíbulo.
RICARDO.- ¿Y no le has visto? Un caballero vestido de
negro..., con una carpeta...
JUAN.- Puedo jurarle que aquí no ha entrado ni salido
nadie.
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José Zorrilla |
DON JUAN
TENORIO
José
Zorrilla
Argumento:
Don Juan, noble sevillano famoso por sus conquistas amorosas, apuesta con Don
Luis que será el que más conquistas amorosas consiga en un año. Don Juan y Don
Luis se encuentran y hacen el recuento. Don Juan gana, pero Don Luis reta a Don
Juan a que consiga conquistar a una novicia. Don Juan acepta el reto, sin
embargo, en esta ocasión, Don Juan se enamora verdaderamente de la novicia Doña
Inés. La muerte de la muchacha al final será lo que provoque el arrepentimiento
de Don Juan y su salvación en el último momento.
Acto IV: Don Juan consigue encontrarse con Doña
Inés a pesar de la oposición del padre de ella.
DON JUAN
Que os hallabais
bajo mi amparo segura,
y el aura del campo pura
libre por fin respirabais.
¡Cálmate, pues, vida mía!
Reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría.
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena;
esa agua limpia y serena
que atraviesa sin temor
la barca del pescador
que espera cantando al día,
¿no es cierto, paloma mía,
que están respirando amor?
Esa armonía que el viento
recoge entre esos millares
de floridos olivares,
que agita con manso aliento;
ese dulcísimo acento
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador
llamando al cercano día,
¿no es verdad, gacela mía,
que están respirando amor?
Y estas palabras que están
filtrando insensiblemente
tu corazón ya pendiente
de los labios de don Juan,
y cuyas ideas van
inflamando en su interior
un fuego germinador
no encendido todavía,
¿no es verdad, estrella mía,
que están respirando amor?
Y esas dos líquidas perlas
que se desprenden tranquilas
de tus radiantes pupilas
convidándome a beberlas,
evaporarse, a no verlas,
de sí mismas al calor;
y ese encendido color
que en tu semblante no había,
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?
¡Oh! Sí, bellísima Inés
espejo y luz de mis ojos;
escucharme sin enojos,
como lo haces, amor es:
mira aquí a tus plantas, pues,
todo el altivo rigor
de este corazón traidor
que rendirse no creía,
adorando, vida mía,
la
esclavitud de tu amor.
DOÑA INÉS
Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad por compasión,
que oyéndoos me parece
que mi cerebro enloquece
se arde mi corazón.
¡Ah! Me habéis dado a beber
un filtro infernal, sin duda,
que a rendiros os ayuda
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan,
un misterioso amuleto
que a vos me atrae en secreto
como irresistible imán.
Tal vez Satán puso en vos:
su vista fascinadora,
su palabra seductora,
y el amor que negó a Dios.
¿Y qué he de hacer ¡ay de mí!
sino caer en vuestros brazos,
si el corazón en pedazos
me vais robando de aquí?
No, don Juan, en poder mío
resistirte no está ya:
yo voy a ti como va
sorbido al mar ese río.
Tu presencia me enajena,
tus palabras me alucinan,
y tus ojos me fascinan,
y tu aliento me envenena.
¡Don Juan! ¡Don Juan!, yo lo imploro
de tu hidalga compasión:
o arráncame el corazón,
o ámame porque te adoro.
DON JUAN
¿Alma mía! Esa palabra
cambia de modo mi ser,
que alcanzo que puede hacer
hasta que el Edén
se me abra.
No es, doña Inés, Satanás
quien pone este amor en mí;
es Dios, que quiere por ti
ganarme para Él quizás.
No, el amor que hoy se atesora
en mi corazón mortal
no es un amor terrenal
como el que sentí hasta ahora;
no es esa chispa fugaz
que cualquier ráfaga apaga;
es incendio que se traga
cuanto ve, inmenso, voraz.
Desecha, pues, tu inquietud,
bellísima doña Inés,
porque me siento a tus pies
capaz aún de la virtud.
Sí, iré mi orgullo a postrar
ante el buen Comendador,
y o habrá de darme tu amor,
o
me tendrá que matar.
DOÑA INÉS
¡Don Juan de mi corazón!
DON JUAN
¡Silencio! ¿Habéis escuchado...?
DOÑA INÉS
¿Qué?
DON JUAN
(Mirando por el balcón.)
Sí, una barca ha atracado debajo de ese balcón.
Un hombre embozado
de ella
salta... Brígida, al momento
pasad a ese otro aposento,
perdonad, Inés bella, si solo me importa estar.
DOÑA INÉS
¿Tardarás?
DON JUAN
Poco ha de ser.
DOÑA INÉS
A mi padre hemos de ver.
DON JUAN
Sí, en cuanto empiece a clarear.
Adiós.
Por último, explica con tus palabras qué te transmiten las siguientes palabras de Lorca.
“El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla, grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida y al día con una fuerza tal, que muestren sus tradiciones, que se aprecien sus olores, y que salga a los labios toda la valentía de sus palabras llenas de amor o de ascos”
(Federico García Lorca, El teatro es la poesía que se hace humana).